Y sí, en primer lugar, Violeta necesitaba aire. Así que se alejó del largo, sucio beso que la había dejado tan mojada que sus bragas prácticamente se habían derretido.
Sin aliento, miró detenidamente a Asher. El suave resplandor de la lámpara destacaba sus rasgos, haciéndolo parecer más guapo, más misterioso, como uno de esos antiguos dioses que descendían a la tierra solo para arruinar a las mujeres en mitos y leyendas.
Asher la miraba de vuelta con asombro y maravilla. Pero eso no era todo. Había lujuria, espesa, pesada, oscureciendo sus ojos con una intensidad que casi hacía estallar su ya acelerado corazón. También podía sentirlo a él. Duro como una piedra debajo de ella, palpitante por acción.
Y esta noche conseguiría esa acción.
Violeta se inclinó de nuevo, esta vez besando su cuello. Una vez. Dos veces. Luego se deslizó más abajo, hacia su pecho, la parte de su cuerpo que llevaba las secuelas de su dolor. Sus cicatrices.