María se incorporó de golpe con un grito fuerte, su pecho se agitaba mientras la visión se desvanecía como un vidrio rompiéndose. El sudor se aferraba a su piel, sus ojos estaban desorbitados y parecía que iba a saltar de la cama, hasta que los brazos de Adele la rodearon, manteniéndola quieta.
—Shhh, no te preocupes. Ahora estás a salvo —murmuró Adele, su voz lo suficientemente reconfortante como para tranquilizarla.
Mantuvo a María cerca. La joven temblaba como una hoja congelada en invierno. Adele la había traído a su lugar en la Casa del Personal. Era mucho más cómodo y lejos de las molestias de los estudiantes molestos.
Además, se negó a dejar que María se quedara en la enfermería, no cuando estaba tan cerca de esa miserable sala de hospital. No es que el salón de la escuela fuera infaliblemente seguro, pero era mejor. Aquí, María encontraría paz.