El sonido del pitido fue lo primero que Violeta escuchó cuando entraron en la habitación, el lento y mecánico ritmo llenando el silencio de temor. Luego vino la visión de Asher en la cama con cables por todas partes. Tenía una máscara de oxígeno sobre su cara, vías intravenosas en ambos brazos y monitores que mostraban números que ella no entendía. Violeta nunca había visto a Asher tan pálido. Tan frágil. Tan vulnerable. Y todo era por culpa suya. Esta vez, Violeta no lloró en voz alta, dejó que las lágrimas corrieran libres por sus mejillas. Sus rodillas golpearon el suelo al lado de la cama como si sus piernas hubieran olvidado cómo sostenerla. Luego, alcanzó sus manos frías y flácidas, y las aferró desesperadamente como si fueran su salvavidas.
—Lo siento. Lo siento mucho, Asher. Por favor, no hagas esto. Por favor, no me dejes. Lo siento… —lo dijo una y otra vez, como una oración, como si las palabras mismas pudieran deshacer lo que había pasado.