Su amante secreto

—¡Román! —Violeta estaba gritando ahora mientras salía tambaleándose de la casa en el árbol—. ¡Román, por favor, solo háblame!

Pero no había rastro de él, solo los árboles y el lejano canto de los pájaros, ajenos a su desamor.

Lágrimas calientes corrían por las mejillas de Violeta, nublando su visión. Ella podía sentirlo. Román se le escapaba entre los dedos, desapareciendo en la inmensidad de su propio dolor.

En su desesperación por bajar y encontrarlo, sus ojos empañados por las lágrimas perdieron un escalón en la precaria escalera de madera.

Sucedió en un abrir y cerrar de ojos. Un momento ella estaba bajando apresuradamente, y al siguiente, estaba cayendo.

El pánico la azotó como una ola y sus brazos se agitaron inútilmente, agarrando el vacío. La caída no la mataría, pero el impacto sería brutal. Estaba loca. ¿En qué estaba pensando? ¿Subir una escalera desgastada en medio de un colapso emocional?

Violeta cerró los ojos, preparándose para el dolor. Pero nunca llegó.