—Lil Tang, lo siento que esto te haya pasado. ¡Todo es mi culpa! —Liu Dajun dijo disculpándose.
Se dio la vuelta y fulminó con la mirada a los dos guardias de seguridad y al grupo de dependientes.
—¡Todos actuaron de manera espléndida! ¿Se atreven a avergonzarme delante de mi hermanito...? —Liu Dajun rió sarcásticamente.
Los guardias de seguridad y los dependientes temblaron. Todos ellos bajaron la cabeza y no dijeron nada.
Solo sentían que habían caído en una trampa.
El chico se había vestido con harapos y había dicho que era un mensajero. Nadie hubiera imaginado que era el hermanito jurado del presidente de su empresa.
Tampoco podían entender cómo este pobre chico del pueblo llegó a conocer al presidente de la empresa, incluso lo suficientemente íntimo como para ser hermanos jurados. Preferirían creer en fantasmas antes de creer esa historia tan increíble.
—No sabíamos que él era tu hermanito, presidente Liu —uno de los dependientes se quejó.