Fundación de Caridad

—¿Por qué no me crees? —dijo Tang Hao fríamente.

Tamamo volvió en sí y soltó una risa seca. Le creía, pero aun así le resultaba difícil de creer.

Ella sabía que él estaba diciendo la verdad. No podía encontrar ningún rastro de los maestros taoístas de la Montaña Mao.

—¿Cómo había logrado el chico esa hazaña? Era ridículo pensar en ello.

Su mirada sobre Tang Hao se volvía más ansiosa cuanto más trataba de encontrar una explicación.

—Eres tan increíble, mi buen Hermanito. ¿Qué pasaría si la Hermana Mayor se une a ti?

—¿Cuál es tu nombre, mi buen Hermanito? El nombre en el pasaporte no es tu verdadero nombre, ¿verdad? ¿Cuál es tu número de teléfono? La Hermana Mayor quiere llamarte —ella continuaba guiñándole a Tang Hao. La gente normal se habría derretido bajo sus encantos.

Tang Hao seguía rodando los ojos. Debió haber tenido algún motivo oculto para tratar de acercarse a él. Además, ella era de Dongying.

Mantuvo la cara seria y no dijo nada en todo el trayecto al aeropuerto.