La atmósfera dentro del Ferrari se volvió más íntima.
No fue hasta que el semáforo se puso en verde y el coche detrás de él tocó la bocina que Clarence se sobresaltó.
—¡Ejem, ejem! Cecilia... —gritó Clarence.
—Oh.
—Ejem... la luz ya es verde. No puedo conducir contigo así. Hay gente detrás de nosotros —Clarence tosió secamente.
Cecilia soltó una risita y algo a regañadientes soltó a Clarence. —No esperaba que fueras tan sereno a pesar de tu altura.
La cara de Clarence se puso roja al instante. No era muy alto, solo medía aproximadamente 1.75 metros.
—Oye, ¿te da vergüenza? Estás casado. No tienes nada de qué avergonzarte —Cecilia sonrió mientras miraba a Clarence.
Clarence pisó el acelerador, y el Ferrari continuó su camino. —Cecilia... Miranda y yo podemos estar casados, pero en realidad no hemos consumado nuestro matrimonio.
—¿Eh? —Cecilia miró a Clarence sorprendida.
—¿Qué pasa? ¿Tu esposa no te deja hacerlo? —preguntó.