Siguiendo la afirmación de Vaan, una inmensa cantidad de poder ardiente convergió hacia él desde todas las direcciones, haciendo que su cuerpo brillara intensamente y deslumbrantemente. El resplandor intenso obligó a todos a apartar la mirada o bajar la vista, casi como si estuvieran inclinando la cabeza.
En lugar de convocar un sol blanco para intimidar a la multitud, Vaan se convirtió en el sol blanco, encarnando la santidad y pureza de sus llamas blancas.
Aunque la escala era pequeña, la presencia que Vaan irradiaba era igual de grande; su presencia divina comandaba respeto y adoración.
En ese instante, su mirada llevaba mucho más peso.
Incluso si las personas no podían verlo, aún podían sentirlo, lo que los obligaba a reconocer su poder divino y postrarse en el suelo. El ser ante ellos era alguien que podía dictar su vida y muerte con un solo pensamiento, al igual que el Dios del Sol al que adoraban.