En el Tártaro.

Dentro de una sala luminosa con docenas de equipos hospitalarios y máquinas que emitían pitidos. Un hombre magullado con pupilas blancas yacía en una mesa de metal rodeado de doctores con ropa blanca. El hombre estaba inconsciente. Sin embargo, el hombre se estremeció y sus párpados parpadearon antes de que la luz volviera a sus pupilas.

—Ugh… —Mint Konfig gruñó de dolor y miró alrededor con visión borrosa. Apenas podía reconocer a los doctores, pero luego sintió algo metálico aferrado a su muñeca y tobillos.

—¿D-Dónde estoy..?

—Estás en Tártaro, el lugar donde te curaremos —dijo el Jefe Doctor de la instalación de Tártaro mientras ajustaba sus gafas. Parecía intelectual y frío.

—¿Curarme?! ¡No hay nada mal en mí! —Mint abrió su boca ensangrentada e intentó morder el brazo del Jefe Doctor, pero no pudo alcanzarlo.

El Jefe Doctor ni siquiera se inmutó—. Como un perro rabioso…

Sacó el portapapeles y leyó en voz alta la información de Mint: