El ambiente en la oficina era silencioso.
Era como si solo se pudieran escuchar sus latidos.
Ji Qingyan de repente entendió que los primeros veinte años de la vida de Lin Yi no fueron los momentos más oscuros de su vida, sino la mayor riqueza de su vida.
Esto lo había entrenado para convertirse en el joven que tanto amaba como temía a la vida, pero seguía siendo firme y decidido como para matar a un dragón con una espada.
Era el aliento de vida, y ese aliento era más importante que cualquier otra cosa.
—¿Crees que estoy bromeando? ¿Quizás incluso un poco ridículo? —dijo Lin Yi con autodesprecio.
—Es un poco ridículo, pero no creo que estés bromeando —dijo He Yuanyuan.
—¿Por qué?
—Todos los que tienen ambición merecen respeto.
Lin Yi sonrió. Si pudiera reclutarla, sería una bendición para él.
—Ya he respondido a esa pregunta, ¿tienes alguna otra? —preguntó Lin Yi.
Los dos se miraron y Qi Xianzhao sonrió.