La sirvienta que acompañaba a Malaka se llamaba Mila. La verdad era que ella quería ayudar a la chica. Sin embargo, no podía hacerlo. La Maestra de la Secta Mia le había dicho que cuidara de Malaka mientras estuviera dentro de la Secta. Si alguien intentaba algo, ella debería enfrentarlo como mejor le pareciera. Había una excepción, sin embargo.
—¡Mila, ayúdame!
—Lo siento, mi señora. Pero la Maestra de la Secta me dio la orden de no hacer nada si tus dos hermanos estaban involucrados.
Mia lo dejó muy claro. Si Rean y Roan eran quienes intentaban algo, ella no debía intervenir. Por eso, solo pudo mirar la cara llorosa de Malaka mientras Roan la arrastraba de vuelta al campo de entrenamiento.