Unos días habían pasado y Berengar estaba sentado en su escritorio en su habitación; a su alrededor se encontraban tres personas: Linde, su amante y esclava; Ingbert, anteriormente un aliado cercano de su hermano, ahora un traidor; y Arnulf von Thiersee, quien era un importante vasallo de su padre.
Los tres podían proporcionar la evidencia que Berengar necesitaba para justificar las crueles acciones que había planeado contra su hermano. Un tirano podía hacer lo que quisiera, pero para involucrarse en actos de crueldad y ser alabado por ello por su pueblo, era necesario tener pruebas de actos ilícitos y una propaganda bien dirigida.
No deseaba ser conocido como otro asesinato de un pariente. En cambio, quería ser conocido como el hombre dispuesto a llegar a grandes extremos para asegurar que la justicia se ejecutara contra los malhechores, incluso si uno de esos malhechores era de su propia sangre.