Berengar se sentó en el asiento de poder de su padre mientras tocaba el reposabrazos tres veces con su mano izquierda y bebía de un cáliz de vino con la derecha. Ante él se encontraba un grupo de sacerdotes vestidos con túnicas escarlata con una cruz dorada colgando de sus cuellos.
Éstos eran los hombres de la Inquisición, un grupo de sacerdotes fanáticos y sádicos que perseguían, torturaban y ejecutaban a los herejes. La cantidad de personas inocentes que habían puesto a muerte era incalculable, ya que realmente no les importaba si alguien era culpable del llamado crimen de herejía, solo la emoción que experimentaban al torturar a otro ser humano.
Los hombres se negaron a inclinarse ante Berengar, quien actuaba como Regente de Kufstein y esencialmente era Barón en todos los aspectos, excepto en el nombre. En cambio, se pararon frente a Berengar, quien tomó un sorbo de su cáliz de oro mientras escuchaba a la Inquisición presentarse.