El sonido del cuerno resonó por todo el campamento donde se habían reunido las fuerzas de Berengar, señalando que era el amanecer, el momento para que las tropas se levantaran de sus tiendas. Berengar ya estaba despierto y atendía a su caballo; era un poderoso corcel negro de noble linaje.
La bestia era verdaderamente magnífica, ya que su reluciente pelaje obsidiana brillaba bajo los rayos del sol naciente. Berengar había nombrado a este caballo Erwin en honor al famoso general alemán de su vida anterior. El joven regente había gastado una suma considerable para adquirir tan majestuoso corcel como su caballo de guerra, y, como tal, solía mimar al semental.