El sol brillaba sobre el mar Adriático; frente a la costa de Trieste, había un total de diez fragatas alineadas. Estas naves estaban entre las más grandes disponibles en Europa, y cada una tenía a bordo cuarenta y cuatro cañones de 24 libras. Estas embarcaciones no eran otras que las Fragatas Clase Berengar que habían sido fabricadas desde que los astilleros terminaron su construcción.
Estas naves estaban tripuladas por cientos, si no miles, de hombres; entre ellos se encontraban varios oficiales, muchos de los cuales mostraron una comprensión tácita de la doctrina y tácticas navales desde la creación de la Armada.