El Rey de Austria, de cabello dorado y un solo ojo, se sentaba en su trono, mirando al recién llegado a su corte con una sonrisa burlona en el rostro. Aunque había estimado que este desenlace era inevitable, aún no creía que sucediera tan pronto.
Mientras se difundían las noticias sobre las continuas victorias de Austria contra la Coalición Oriental y la destrucción de Cracovia, el miedo y el pánico habían invadido los corazones de los vecinos de Austria. Dietger, el Duque de Baviera, hacía tiempo que había comprendido que un León dormido residía en sus fronteras del sur, y había tomado diversas medidas para contrarrestarlo.