Arnulf se sentó dentro de los confines de un carruaje tirado por caballos. El artesano que diseñó este vehículo lo adornó al estilo comúnmente visto en uso por nobles austríacos. A su lado estaba la traductora nativa, Kahwihta.
Una compañía de soldados acompañaba a los dos mientras se dirigían hacia una cercana aldea Algonquin, que se encontraba sobre un depósito masivo de carbón. El propósito de esta visita era simple: negociar con los nativos sobre los derechos de explotación de un recurso tan valioso.
La joven nativa descansó su cabeza sobre el hombro de Arnulf mientras dormía durante el viaje. Un hilo de baba escapó de sus labios y cayó sobre las mangas del atuendo regio del Gran Duque. A pesar de esto, él no se molestó y simplemente apartó el flequillo de la chica de sus ojos cerrados. Desde su perspectiva, la joven había estado bastante ocupada últimamente y necesitaba descansar.