Berengar se sentó en su trono dentro del gran salón del palacio real austriaco. Una expresión nostálgica se grabó en su apuesto rostro mientras contemplaba a sus visitantes con una cálida sonrisa. Debido a su reciente ascenso en la jerarquía noble, delegaciones de todo el mundo occidental, y el cercano Oriente por igual, habían visitado Kufstein, esperando establecer lazos diplomáticos con el naciente imperio.
Entre estas varias delegaciones se encontraban los representantes del Imperio Bizantino. Un hombre que conocía desde hace años ahora le rendía homenaje, a pesar de ser un viejo amigo. Andronikos inclinó su cabeza con completo respeto hacia el nuevo emperador alemán antes de felicitarlo por su rápido ascenso al poder.