Lejos de la patria, en medio de la Península Ibérica, profundamente detrás de las líneas enemigas, un joven soldado se encontraba en vigilancia dentro del torreón de su campamento. Sus órdenes eran estar atento e informar de inmediato cualquier avistamiento de Tropas Españolas.
Este joven tenía apenas 18 años, y había comenzado recientemente el servicio militar en el Ejército Alemán como parte de su conscripción. La realidad era que Alemania no tenía los medios para facilitar el enorme flujo de tropas resultante de su reciente unificación, y por lo tanto se usaba un sistema de lotería para determinar qué jóvenes eran llamados al servicio.