La brisa calmada del aire salado besó las mejillas sonrosadas del Rey Francés. En ese momento Aubry estaba a bordo de la proa de su embarcación insignia con una pose digna mientras la robusta carraca se acercaba a las costas de la Tierra Santa.
Una Cruzada había sido declarada, y Francia no era el único Reino Católico en tomar las armas para reclamar la Tierra Santa de la impía alianza de la Iglesia Oriental y sus nuevos aliados musulmanes. Aubry era simplemente el primero entre muchos que pronto llegarían a la Tierra Santa en un intento de hacer valer la reivindicación del Papado sobre la región.