En la inmensidad del espacio donde ya estaban ocurriendo batallas caóticas, una Princesa Guerrera apareció a la vista. Su cuerpo estaba cubierto por un Armamento del Destino dorado, dos martillos dorados colgaban junto a ella peligrosamente.
Ella exhaló con ojos fríos mientras su mirada se posaba sobre las fuerzas de muchos Celestiales sorprendidos.
Ella se preguntó cuántos de ellos eran como ella. «¿Cuántos habían sido traídos a la organización de los Celestiales al escuchar sus doctrinas y matar bajo sus órdenes?»
«Todo por el bien del orden y el equilibrio, ¡pero eran ellos los que causaban el mayor caos!»
Su cuerpo se movió aun con estos pensamientos mientras sus martillos comenzaban a golpear a los Celestiales más cercanos que estaban agrupados alrededor de las naves más cercanas al Acorazado del Reino.
En su mente, no importaba cuántos de estos Celestiales fueran como ella. «Todos ellos, incluida ella misma, eran culpables y tenían que expiar lo que hicieron.»