—Haz que el cuerpo desaparezca para siempre —dijo el Príncipe Zen al hombre que estaba cerca de él.
Se dio la vuelta pero se quedó asombrado al ver un caballo parado a cierta distancia de él y una chica sentada encima de ese caballo.
—¿Qué está haciendo aquí? ¡No se le puede permitir a la Princesa que lleve esta noticia de vuelta al Imperio! ¡Atrápenla y mátenla! —ordenó el Príncipe Zen mientras miraba a la chica a lo lejos.
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—¡No puedo creer que mi hermano tenga una amante secreta! ¡Ni siquiera me lo dijo! Debo ver cómo es mi cuñada secreta. Vale la pena el esfuerzo de salir a escondidas sin informar a nadie. No puedo permitir que atrapen a mi hermano por mi curiosidad —murmuró la Princesa Mingyu mientras montaba su caballo hacia el extremo sur del Imperio.
Ella llegó cerca del lugar que se mencionaba en la carta pero no pudo evitar detener su caballo al ver la escena adelante.