—Pero hermano... por mi culpa —Mei Mei sonaba muy molesta.
—Nadie debería comportarse así solo por un derrame de batido en su ropa. ¿Cómo podría ser culpa tuya? —Liam la atrajo hacia sí y la abrazó de nuevo, acariciándole la cabeza.
—No eres responsable de los animales rabiosos en la calle. ¿Entiendes? —dijo él.
—Ve y descansa un poco. Yo iré a ver cómo está Shen Yue.
Mei Mei secó las lágrimas de sus ojos y entró en su habitación.
Liam miraba a la chica en silencio.
A pesar de sus palabras, ella aún parecía muy alterada y abatida. No quería que volviera a sufrir así que era duro para él verla de esta manera —pensó—. Al ver su rostro alargado y sus ojos tristes, de repente recordó algo que podría animarla y hacer que se olvidara por completo de esto.
—Por cierto, Mei Mei. Querías jugar a ese juego, ¿verdad? ¿Sigues interesada? —Así que llamó a la puerta y añadió.
—¡Ah! Sí, sí. Hermano, ¿puedo jugar? De verdad —Ella lo miró parpadeando, ya que esto había salido de la nada.