Kouske observó la enorme cueva en silenciosa contemplación. Normalmente, le gustaba explorar un lugar, comprender la leyenda detrás de él y examinar cada pequeña cosa en detalle.
Pero ahora no era momento para eso. Sacudió la cabeza y se obligó a escanear rápidamente todo en esta cueva.
Excepto por el musgo negro verdoso que cubría las paredes y los numerosos esqueletos encadenados a las mismas, no parecía haber nada más valioso.
Por más que miraba, eso era todo lo que podía encontrar.
—Está bien. Debería ir a la siguiente —se secó el sudor de la frente y, soltando un largo suspiro, volvió a abrir la enorme puerta de hierro.
Esta vez realmente estaba tentando su suerte. Desde este lado de la puerta, no podía ver exactamente dónde estaba concentrado Liam. Tampoco podía oír nada.
Lo mejor que podía hacer era abrir ligeramente la puerta, creando una pequeña rendija a través de la cual podía asomarse y ver qué estaba pasando.