—Hermana, ¿qué está pasando?
Horas después, cuando la luna estaba alta en el cielo y la oscuridad había envuelto la tierra, Jean era el único que quedaba en la tienda de Joan.
—¿Qué quieres decir con eso, Jean?
—No me mientas, hermana. ¿Por qué dijo Leonel que el Arzobispo le había dado una misión?
Cuando Joan escuchó a Jean enfatizar la palabra Arzobispo, sus pupilas se contrajeron. Eso era cierto, Leonel había dicho Arzobispo, pero todos los comandantes bajo su mando se referían a él como el Obispo. Era un detalle increíblemente pequeño, pero era un detalle que alguien tan inteligente como Jean nunca dejaría pasar.
¿Lo hizo Leonel a propósito? Había otros tan inteligentes como Jean bajo su mando, pero solo Jean estaba lo suficientemente cerca de ella como para confrontarla de esta manera. O más bien, se podría decir que su relación…
El brazo de Jean envolvió firmemente la cintura delgada de Joan, sujetándola con fuerza contra su cuerpo.
—Jean —dijo Joan, algo furiosa, su mirada parecía ocultar un poder indescriptible detrás de ella.
—Pensé que nuestra relación era mejor que esto —dijo Jean con ojos entrecerrados, encontrándose con su mirada feroz—. ¿Crees que soy un tonto? ¿Qué misión de muerte le encargó ese bastardo a Leonel?
—¡Jean! ¡Cuida tu boca…!
Estaba a punto de regañarlo ferozmente por su acto de blasfemia contra el Obispo, pero un par de labios ásperos cubrieron los suyos, silenciando completamente su intento.
—Joan, tú eres mi mujer. No sé si esta persona a la que sigues es realmente Dios o no, pero hay una cosa que sé con toda certeza.
Ante estas palabras, la reacción de Joan fue inesperada. Su mirada parecía un poco apagada, era completamente distinta a la de una mujer que supuestamente estaba enamorada. Era como si estuviera resignada a su destino.
Sin embargo, la situación era simplemente demasiado extraña. La posición de Joan era claramente superior a la de Jean, por lo que obviamente no era posible que él la obligara a mantener una relación así. Ya fuera respaldo o fuerza individual, ella lo aventajaba por mucho. Solo se podría decir que su relación era casi imposible de entender.
—Joan, eres una mujer demasiado encadenada por la responsabilidad y lo imaginario. Te das cuenta, al igual que yo, de que no hay Dios en este mundo. O, al menos, incluso si lo hay, definitivamente no es el Dios que crecimos adorando. Dado que las cosas han llegado a este nivel, ¿por qué sigues permitiendo que te aten así?
Al ver que Joan todavía parecía no tener intención de responder, Jean la soltó. Aunque había llamas prendiendo sus entrañas en ese momento y también sabía que Joan no resistiría si la llevase ahora a la cama, no quería tocarla cuando sus ojos estaban tan vacíos.
—¿Sabes la razón por la que te he permitido quedarte junto a ese Obispo todo este tiempo pese a estar seguro de que solo te estaba utilizando? No es por otra razón que quería que lo vieras por ti misma. ¿Me habrías escuchado si te lo hubiera dicho antes?
—Pero ahora lo has visto por ti misma. No tiene reparos en engañar a un alma bondadosa como Leonel. En ese caso, ¿qué crees que estaría dispuesto a hacer contigo?
Finalmente hubo un cambio en la expresión de Joan. Una brizna de complejidad y tristeza impregnó su mirada. Sin embargo, por más que buscaba, realmente no podía encontrar una respuesta.
Dios era una parte importante de su vida. Esto era algo inculcado en ella desde joven. Simplemente no era posible separarse de esa elevada entidad.
¿Cuánto dolor había sufrido en su vida? No era más que una adolescente, y aun así lideraba grupos de hombres en batalla. ¿Cuánta carga estaba puesta sobre sus hombros? Nadie lo sabía realmente salvo ella misma.
¿Pero no era eso fe? ¿No sería su dolor recompensado al final? Esto no era más que una prueba de su resolución.
La mirada de Joan volvió a volverse firme.
«Esto será lo último. Esta es la última prueba. Entonces, descansaré y entraré a las Puertas Celestiales…»
¿Las veces que tuvo que ir en contra de su conciencia? Eso no era más que una prueba de su lealtad. ¿Las veces que otros sufrieron debido a las decisiones que tomó? Eso no era más que la prueba de su lealtad. El mundo era así de sencillo para Joan.
El Dios que había conocido en su juventud, tal vez realmente no existía. Pero, había un nuevo Dios frente a ella ahora, y él era real y tangible. Lo había visto con sus propios ojos, el tipo de poder que empuñaba, el tipo de poder que podía otorgar.
«¡Obispo! ¡No te fallaré!»
A pesar de que la mirada de Joan recuperó su luz, no había felicidad en el rostro de Jean. De hecho, la sonrisa que sostenía desapareció. Y, al ver esto, fue Joan quien sonrió en cambio.
—Jean.
La voz de Joan era tan suave que Jean sintió que sus rodillas perdieron fuerza. Bajo las luces apagadas de las parpadeantes llamas de las velas, escuchó el sonido del choque de la armadura cayendo al suelo y una mano delgada deslizándose dentro de la suya. Apenas había reaccionado cuando se dio cuenta que estaba siendo guiado hacia la cama de Joan.
No pasó mucho tiempo antes de que una suavidad que hizo que su mente quedara en blanco lo envolviera.
—Hazme olvidar por otra noche —Joan colocó sus labios junto a la oreja de Jean, levantándose en las puntas de sus pies mientras la última de sus ropas caía al suelo.
Su cálido aliento llevaba consigo una humedad que propagaba un calor incontrolable por todo su cuerpo. En ese momento, pareció olvidar por completo sus emociones complejas y envolvió el suave trasero de Joan con sus grandes manos, levantándola del suelo y atravesándola sin reservas.
Un gemido estremecedor apenas fue ahogado al morderle el cuello. Como una joven meciéndose en el mar, aceptó todo lo que Jean tenía para dar, agarrándose a su cuello con sus aparentemente débiles brazos.
Con cada potente embate, la lujuria y la resolución en sus ojos crecían.
Pero no tenía idea de que su «Dios» ya había muerto.