El Viejo Hutch lanzó a Leonel cuando llegaron al campo de entrenamiento. Una persona normal podría haberse caído y rodado un par de veces, pero Leonel fue capaz de recuperar su equilibrio y aterrizar de pie, con una expresión de impotencia en sus ojos.
El viejo caminó hacia un costado, hacia un estante de armas. Bueno, uno podría llamarlo un estante de armas, pero era más preciso llamarlo un estante de machetes. Este viejo aparentemente no permitía que ninguna otra arma entrara en su vista.
El campo de entrenamiento estaba viejo y en ruinas. Estaba ubicado en el sótano de un lugar que Leonel solo podía asumir era el hogar del Viejo Hutch. El suelo estaba construido de concreto roto, los techos estaban cubiertos con bombillas medio destrozadas que probablemente no habían aparecido en un hogar desde el siglo XX, y había un ligero olor rancio a sudor que flotaba en el aire.
—Viejo Hutch, te he dicho una y otra vez que no tengo interés en usar un machete como arma. Uso lanzas.