Gran Buda frunció el ceño cuando entró al castillo. Inmediatamente se dio cuenta de que no había ni una sola otra alma. Pero, según sus estimaciones, esto no tenía sentido. Definitivamente él no era el más poderoso de aquellos que habían elegido participar. Lógicamente, no debería haber sido el primero en llegar a este punto.
De repente sintió que algo estaba mal. La fría piedra bajo sus pies, las inquietantes obras de arte que colgaban de las altas paredes y ventanas, las estatuas de caballeros decoradas con armaduras inmaculadas… Todo se sentía demasiado silencioso, demasiado desconcertante.
Gran Buda desconocía que había varias personas que sentían exactamente lo mismo que él.
Todos estaban en el mismo salón que Gran Buda, mirando las mismas paredes inquietantes, sintiendo el mismo peso sofocante en el pecho, pero ninguno de ellos percibía al otro. Era como si estuvieran en distintos planos de existencia, viendo las mismas cosas desde una perspectiva completamente diferente.