Regreso

—Deja de jugar al juego de maestro-esclavo con mi hija. Acéptala como tu mujer. —La voz de Orlan, que tenía un tono de advertencia, resonó en su cabeza.

Max empezó a sudar frío. Podía imaginar cuál habría sido su final si no fuera útil para Orlan.

Después de calmarse, sintió aún más miedo hacia él porque, mientras Orlan le hablaba, nunca dejó entrever que sabía sobre el sello de esclavo colocado en su hija.

«¿Lo descubrió hoy o lo supo desde el primer día? Si es lo último, seguro es un hombre muy despiadado».

—¿Qué pasó, maestro? —preguntó Amara al ver su intensa reacción.

Max miró a Amara con un poco de lástima en sus ojos. Ella no tenía madre y tenía un padre despiadado, mientras que su único apoyo, su hermano mayor, estaba encarcelado. Ni siquiera podía imaginar qué tipo de vida debió haber llevado hasta que lo conoció.

—Ven aquí. —Él le agarró la mano y la atrajo hacia su pecho, abrazándola fuertemente.