La Princesa Sidonie y Morgana observaron al chico, que les gustaba, levantar su mano y amorosamente... ¡pellizcarles la nariz sin ninguna advertencia previa!
—Inclinar la cabeza? Lo siento, Princesa, no tienes la autoridad para hacer que me incline —dijo William en un tono burlón—. Incluso si mis amores me pidieran que me inclinara, mis rodillas no se doblarían. Soy un hombre de carácter y mi lealtad es difícil de reclamar. Por favor, busca a alguien más para que se convierta en tu Caballero. Este Señor no está interesado.
William soltó con reluctancia la nariz de la Princesa y esta se apresuró a retroceder unos pasos en shock.
—¿¡Te atreves a pellizcar mi nariz?! —La Princesa Sidonie estaba shockeada ya que era la primera vez que alguien se atrevía a actuar así de grosero hacia ella—. Espera, ese no es el problema, ¿¡por qué no te estás inclinando?!
—¿No dije la razón hace un momento? Como dije antes, Princesa, no tienes la autoridad para hacer que me incline.