Juramento

Emery intentó viajar solo, pero encontró algunos contratiempos en el camino. La Ciudad Dorada era tan enorme que le costó una hora buscar un portal de regreso a casa. Afortunadamente, al borde de sus fuerzas, un amable desconocido lo guió a un portal cercano, que lo llevó a la gran plaza. Ya era tarde cuando había regresado a sus habitaciones privadas y no estaban los otros, con la excepción de Julian. Emery se sentó junto a la mesa y esperó a que Julian hablara, quien parecía estar en profunda reflexión.

—Hola, bienvenido de nuevo, Emery. ¿Puedes contarme cómo es tu país? Solo he escuchado y leído historias, pero no he tenido la oportunidad de visitarlo aún —preguntó Julian, mirando la infinita extensión de nubes cubiertas con el tinte naranja del sol poniente por la ventana.

—¿Cuáles son las historias que has escuchado? —dijo Emery, bebiendo un vaso de agua.

—Bueno, resumiendo, las historias dicen que Bretaña es un país subdesarrollado y bárbaro.