El rítmico golpeteo de los cascos del caballo era todo lo que Emery podía escuchar. Su rostro presionado contra la crin del caballo; el viento frío y veloz golpeaba sus huesos temblorosos. No sabía cuántos minutos habían transcurrido desde que había comenzado a cabalgar, pero el cielo arriba solo mostraba oscuridad junto con la luz que las estrellas emitían. Lentamente, iba aflojando su agarre, su conciencia desvaneciéndose.
«Tsk, tsk, tsk. Estúpido. Estúpido más allá de la ayuda. Eres ingenuo, chico», susurró una voz familiar en la mente de Emery.
Emery quería levantar su cabeza, pero sentía que su mundo giraba. Respondió, «Siento que te conozco. Por favor, ayúdame».
«Te he ayudado una vez, pero no esta vez. Necesitas aprender. Si mueres ahora mismo, todo depende del azar», respondió la voz.