Emery se despertó con el alegre canto de los pájaros y las risas de los niños que parecían correr fuera de su tienda. Se sentó, gimió mientras estiraba sus rígidos huesos, produciendo crujidos sólidos en sus adoloridos miembros. Su mirada cayó sobre su brazo derecho, que se sentía tan natural como si nunca lo hubiera perdido. Luego salió de su tienda y disfrutó del suave y cálido toque de la luz matutina acariciando su rostro. Al inhalar, la refrescante brisa fresca del aire llenó sus pulmones. Luego recogió una rama larga y comenzó a practicar con su brazo derecho que le picaba.