La voz de la chica era tan potente que Mu Xingchou casi bajó su cabeza hasta el polvo.
Los eventos de hace diez años eran de hecho conocidos por la gente del Reino Longyuan. Solo que el Primer Ministro Mu era tan influyente que nadie se atrevía a hablar por las víctimas.
—¿Qué quieres decir con que se lo merecen porque han cometido demasiados actos malvados? —Yun Luofeng se rió, llena de desprecio. Su risa sonó una vez más en la entrada de la ciudad—. ¡Todo lo que sé es que la gente buena no vive mucho mientras que los malvados sobreviven por milenios! Mis padres fueron incriminados por hombres mezquinos. ¡Fueron asesinados por un viejo ladrón, Mu Xingchou! Aún así, después de asesinarlos, no mostró ningún arrepentimiento. ¡Así que hoy, estoy aquí para hacer que Mu Xingchou confiese todos los actos malvados que ha hecho a lo largo de los años para desahogar la ira de mis padres!
—¡Bien!