Daryn terminó la llamada sin decir nada.
—¿De qué se trataba? —preguntó Amanecer, tomando su mano y acariciándola.
—Nada —dijo él— y miró pensativo al océano.
Caminaron hacia la playa mientras una brisa fresca les golpeaba las caras y revolvía sus cabellos. Amanecer se quitó las chanclas y las agarró con las manos. Caminaron cerca del agua. No había nadie excepto ellos. Postes de bandera marcaban la propiedad, hasta donde alcanzaba la vista. Una pequeña pérgola estaba construida a la derecha. Al otro lado de la carretera, había una pequeña cabaña.
—¿Esa es tuya? —preguntó Amanecer, señalándola.
—Sí. Compré este lugar hace mucho tiempo —respondió él, pensativo.
No reveló que la había comprado cuando necesitaba calmarse después de haberla conocido y estaba en un estado continuo de negación por haberse enamorado de una neotida. Esos fueron días horribles. Deteniéndola, sostuvo sus hombros, enterró su rostro en su cuello y la olió.