¡Parece un gitano!

—¿Cómo te sientes, cariño? —preguntó mientras se inclinaba hacia adelante en su silla.

—¡Mejor que nunca! —respondió él y la llamó con su dedo índice para que se acercara—. Ven aquí.

—¡No! Porque si voy allí, vamos a perder otra tarde.

—¿Y qué? Puedo perder toda mi vida contigo —la forzó.

—No sabía que mi esposo estaba desperdiciando su vida conmigo —levantó una ceja.

—Bueno, puedo embriagarme por completo, si te gusta, entre tus muslos —contó—. Chupar esa miel sería un placer. Es adictiva.

—¡Cállate! —dijo ella mientras su rostro se teñía de vergüenza—. Solo levántate de la cama y tenemos que volver.

—No hasta que reciba un beso de la mamá de mi bebé —dijo él con terquedad y colocó sus manos detrás de su cabeza.

Maldito arrogante.

Ella negó con la cabeza y caminó hacia él. Manteniendo sus manos entrelazadas en la espalda, le dio un beso en los labios. Antes de que él pudiera agarrarla, ella ya se había ido. —Se rió de él y dijo: