Monica no tuvo más remedio que confiar en él con las cosas que no podía contarle a Joanna, no porque disfrutara escondiéndole cosas, sino por el trauma psicológico.
—Ella está muerta —reveló con una sonrisa amarga, lágrimas bajando por sus mejillas—. Alex tomó un pañuelo y se lo pasó, preguntándose cómo podía llorar y sonreír al mismo tiempo.
Puede que haya sido una sonrisa amarga, pero no pudo evitar estar perplejo, preguntando —¿Cómo?
Monica le narró la historia. —Hace cinco años, recibí noticias de que Enzo había muerto en un fuego cruzado con algunas pandillas. Fue entonces cuando descubrí que trabajaba para Salvadore.
El corazón de Alex se hundió. ¿Quién iba a saber que su identidad secreta volvería para atormentarlo? La mayoría del trabajo no lo hacía él sino sus hombres, la mayoría de los cuales no conocía su verdadera identidad.
Por extraño que pareciera, sus palmas estaban húmedas con sudor por la revelación, mostrando lo nervioso que estaba.