La boda

Caminé por el pasillo iluminado con velas que conducía hacia el altar. Pétalos rojos que se parecían a una gota de sangre en el suelo, intensos pares de ojos carmesí que brillaban vívidamente como rubíes en esta apenas iluminada capilla del palacio... qué boda.

Al final del pasillo estaba el hombre con el que me había imaginado casándome innumerables veces. Pero a diferencia de la sonrisa amorosa y tierna que esperaba, Sam era... era como si el mismo diablo me sonriera.

No me producía ni un ápice de emoción, pero no odiaba la idea de casarme con él. Tal vez era solo la atmósfera inquietante y densa. ¿O quizás por las flores venenosas en mi mano?

No tenía ni idea.

—Extraño, ¿no? Lo amas, pero te sientes inquieta —susurró mi mente subconsciente—. Hmm... ¿como si te casaras con la persona equivocada?

Pisé fuerte la voz que no paraba de hablar dentro de mi cabeza. ¿La persona equivocada? Sam nunca fue la persona equivocada. No podía imaginarme una vida sin él.