—Mhm. Vi su cabeza —servida para ti en una bandeja de plata.
Sus palabras sonaban como un fuerte tambor zumbando en mi oído. ¿Qué dijo? Tuve que repetir sus palabras, dichas con despreocupación en mi cabeza para poder entenderlo.
—Era sólo una vaga premonición del futuro, pero eso fue lo que vi —continuó mientras se recostaba, estudiando mi expresión.
—¿Crees que creeré eso? —bufé entre dientes mientras mis ojos se agudizaban hacia él.
—Como quieras —se encogió de hombros despreocupadamente—. Matar a Colmillo Sangriento es un desafío, pero no imposible.
—¿Lo matarás tú? —mi voz era baja mientras hervía, apenas conteniendo la ira que me crecía—. ¿Y me lo estás diciendo a mí, su esposa?
Esteban soltó una carcajada de burla. —Te mataría, querida, pero no a Colmillo Sangriento. Lo más probable es que lo fuerce a otro sueño. No tiene gracia si simplemente muere tan fácilmente.