Mientras tanto, en la hacienda privada en las afueras de la capital. Samael salió de la hacienda, viendo que Noé estaba parado afuera.
—Noé —llamó, haciendo que Noé mirase hacia atrás. El último se inclinó para mostrar respeto hasta que Samael se colocó junto a él.
—¿Crees que él lo creyó? —preguntó, mirando las enormes puertas de la hacienda a lo lejos.
Noé fijó su mirada hacia adelante, moviendo su cabeza ligeramente. —Bueno, pareció que hizo un buen trabajo, Su Gracia.
—Debe estar feliz. Puse todo mi esfuerzo en actuar, después de todo.
—De verdad eres un artista, mi señor. —Noé se rió, evaluando la orgullosa sonrisa en los labios de Samael.
Noé no pudo evitar exhalar con alivio mientras lo miraba. Samael no era del tipo de persona que trama, pero cuando lo hacía, lo hacía con pasión.
—Realmente eres aterrador, mi señor —murmuró con impotencia—. Me alegro de no haberme convertido en tu enemigo.