La angustia de Keisha era visible. Era como un demonio sentado pesadamente sobre sus hombros y solo ella podía escuchar cómo afilaba sus cuchillos. Comenzó a sudar y sus manos empezaron a temblar. Su cabeza se mareaba y sentía náuseas. Se agarró a la silla que estaba cerca y se sentó. Sabía que si no podía manejar esta situación, Dmitri podría echarla del clan.
Comenzó a llorar. —Dmitri, ¿piensas que mentí? —dijo entre sollozos. Tenía que salvarse de alguna manera y hacer que Pryce fuera el chivo expiatorio.
Dmitri estaba enfurecido. —¿Tienes el valor de meterte con mi mujer? —gritó a Keisha.
Keisha se asustó tanto de él que pensó que la atacaría. Así que intentó difamar a Pryce. —Fue Pryce quien sugirió que confrontara a Adriana.
Pryce miró a Keisha y gritó:
—¡Keisha, mentirosa! ¿Por qué te pediría que confrontaras a Adriana y además en el bosque? Ni siquiera sabía por qué la habías llamado al bosque. Podrías haber hablado con ella en la universidad.