Habían llegado al dormitorio cuando Dmitri pronunció esas palabras. Adriana soltó su mano y se quedó congelada en el lugar. —¿Quieres que te deje e irme? —preguntó, temiendo que él se hubiera cansado del hecho de que ella había usado magia en su madre.
Dmitri negó con la cabeza. —No, Adriana, no es eso. Tú eres la legítima dueña de ese trono. Debes reclamarlo. No quiero que mi esposa sea reducida a una ama de casa solo por mi avaricia. Sí, soy muy codicioso cuando se trata de ti, pero no tengo derecho a retenerte de tu destino. Lo que acaba de pasar fue solo una muestra de cuánto mereces esa corona. Tu madre murió al darte a luz. Se lo debes a ella. Viniste a este mundo con un propósito... y ese propósito necesita ser cumplido.
Adriana negó con la cabeza mientras retrocedía sus pasos. Ella huyó mientras gritaba:
—¡No, Dmitri! No te dejaré. Me prometiste que te quedarías conmigo para siempre.