Adriana cerró los ojos y extrajo una luz de su estómago. Cuando abrió los ojos, eran de un amarillo dorado. Rugió con fuerza y todas las cuerdas a su alrededor se rompieron violentamente. Cayó a su alrededor como estrellas que se hubiesen desprendido del cielo y yacían sueltas en el suelo mientras ella se mantenía en el aire, su cuerpo ardiendo con energía blanca y ardiente como el fuego.
Lia alzó la vista y dirigió su varita hacia Adriana. La miró despectivamente y gritó:
—¡Muere, perra! Tu madre fue una vergüenza para nuestra familia. Dio a luz a un cachorro y ¿ahora ese cachorro viene a reclamar el trono? ¡Qué chiste! ¡Ese trono es mío! —Al decir eso, envió el hechizo de muerte –un feroz rayo de color rojo– en dirección a Adriana. Era tan potente que el aire circundante se calentó y todos los estudiantes se agacharon. Correteaban de aquí para allá buscando refugio. Zola reía junto con su madre y voló emocionada al lado de su madre.