Cuando Adriana miró a su alrededor, todo lo que podía ver era una inmensa extensión de aguas turbulentas a su alrededor. El viento afectó las aguas a su alrededor, haciéndolas agitadas. Este efecto las transformó en olas enfurecidas. Adriana luchó por mantenerse a flote sobre el agua y rápidamente fue engullida por el mar. Esperó a que las olas pasaran por encima y luego emergió a la superficie. Sin embargo, tan pronto como salió, se dio cuenta de que estaba lloviendo y los vientos fuertes azotaban la lluvia directamente en su rostro. Era como si pequeñas piedras le estuvieran siendo lanzadas. Era mejor estar en el agua que sobre ella. Tomó una gran bocanada de aire y se sumergió.