30 Tú eres la cura

Finalmente me cansé y me acosté junto a Kral. Kral se quedó conmigo un rato, y luego volví a estar en sus brazos. Mirando su rostro, mi ánimo agitado se calmó poco a poco. No pude evitar acurrucarme en sus brazos, mi cabeza reposando en su amplio pecho, sintiéndome lo suficientemente segura.

Caminando por el largo pasillo, Kral abrió de una patada la puerta principal y me tendió en una cama grande y suave.

—Esta es mi habitación, puedes descansar aquí. No te preocupes, nadie te hará nada que no quieras hacer.

Kral fue a otro rincón a limpiar su cuerpo. No me miró. Su espalda estaba hacia mí. A través de la ventana de vidrio, me escondí bajo el edredón. Me vi a mí misma en un estado lamentable con una toalla sobre mi cabeza. Mis hombros y pantorrillas estaban expuestos, y no podía ver su expresión ya que la vela de la habitación brillaba débilmente.