Guillermo Hale acababa de regresar al país, y su familia no había acaparado mucho de su tiempo, permitiéndole volver a su habitación a descansar.
Después de su ducha, vio a su esposa apoyada en el cabecero, jugando con su teléfono móvil. En cuanto lo vio salir, apagó rápidamente la pantalla, pareciendo inmensamente furtiva.
—¿Con quién estabas chateando? —preguntó él, toalla en mano, secándose el cabello.
—Nadie.
—Zoe, no se te da bien mentir.
Zoe Bell nunca había podido ocultarle bien sus emociones, y él era demasiado perspicaz.
—Solo estaba charlando casualmente con mi prima. Ella dijo que muchas personas en el Círculo de la Ciudad Capital están discutiendo nuestra relación ahora. —contó Zoe.
—¿Qué están discutiendo? —Guillermo Hale se sentó al lado de la cama.
—Muchos no lo creen; algunos piensan que soy una bruja que te he hechizado, otros dicen que deberías esforzarte más...
Guillermo Hale simplemente sonrió y extendió la mano para tocar su rostro.