Perfume Élfico

Después de oír el llamado de Abel, el camarero atravesó el grupo de aventureros. Estaba muy asustado, por supuesto. Era obvio que su voz temblaba cuando habló.

—Sí… sí señor… Sí tenemos. Tenemos mucho ron aquí

—Dame diez barriles —Abel arrojó una gran bolsa de monedas de oro sobre la mesa—. Asegúrate de que estén bien sellados. Eh, ¿es suficiente esto como pago?

—¡Es demasiado, señor! —dijo el camarero en voz alta, mientras miraba la pesada bolsa.

—¡Solo apúrate! El resto es tu propina —espantó Abel al camarero.

Todos los aventureros en la posada seguían mirando. Desde su perspectiva, quienquiera que fuera este hombre enmascarado, era o un tonto o alguien lo suficientemente confiado como para enfrentarlos a todos. No estaban seguros de cuál era, así que nadie se atrevió a hacer un movimiento todavía.