Cada vez que el Vizconde Dickens presentaba un oficial a Abel, ese oficial le hacía una reverencia para mostrar respeto. En ese momento, Abel sintió que surgía una atmósfera extraña. Parecía que había algún tipo de conexión entre estos oficiales.
—Vizconde Dickens, solo deja los documentos y la cuenta de los activos a mi mayordomo Bartoli. No lo cuestionaré. ¡Solo dame el contrato del militar de la Ciudad de la Cosecha! —dijo Abel agitando su mano.
—¡Me encargaré de las cuentas en nombre de mi maestro! —dijo Bartoli levantando suavemente la capucha, exponiendo una larga túnica blanca en su cuerpo. No era lujosa, pero estaba hecha de pura seda.