Pronto, Wei Yiyi trajo de vuelta al pequeño recién arreglado a Gu Ruoyun.
El niño vestía ropas de seda y sus grandes ojos miraban directamente a Gu Ruoyun. Su rostro lucía blanco lechoso y tierno después de haber sido lavado de hollín y suciedad; sus rasgos eran delicados y absolutamente adorables. Era obvio que era un joven que exudaba un aire de nobleza.
—Maestra, este niño es bastante guapo y definitivamente crecerá para ser un hombre hermoso. ¿Por qué no lo tomas como tu juguete? —Wei Yiyi se rió entre dientes, sin olvidar pellizcar su piel que parecía tan tierna que el agua podría gotear de ella.
El joven parecía ligeramente enfurecido pero parecía que aún le preocupaba que Gu Ruoyun decidiera no ayudarlo a someter a la bestia espiritual dentro de él. Así, reprimió su enojo y eligió mirar a la dama sentada en la silla.