—¿Qué... qué? —Todos los presentes pensaron que estaban alucinando.
—¿Acaba de decir el maestro Stone que quería ser cruel con mi prometida? ¿Prometida de quién?
—No, ¿no se suponía que Abigail Green era la prometida del maestro Stone? —Todos miraron la puerta al unísono y vieron una silla de ruedas de plata finamente trabajada entrando lentamente en su campo de visión.
—Un hombre extremadamente guapo estaba sentado en esa silla de ruedas. —Decir que era guapo no era exageración. Sus rasgos parecían una obra maestra de Miguel Ángel, impresionantemente bellos, pero sin un atisbo de feminidad. Su tez era pálida, con un aspecto enfermizo, pero esto no restaba a su nobleza natural. Sus ojos ámbar eran largos, estrechos y daban a las personas una inquietante sensación de sumisión cuando los miraba fijamente.