Robándola como una Hermana

Cuando Lin Haocheng leyó la cláusula que indicaba que no podía cobrar ninguna tarifa, se quedó helado en la incredulidad.

—¿Esto es siquiera humano? —preguntó a su representante, Feng, que estaba sentado a su lado—. Mis tarifas por endosos valen miles de millones por acuerdo, y sin embargo Fu Hanchuan espera que haga esto gratis. ¿Realmente existe un trato tan absurdamente unilateral en el mundo?

Su representante le lanzó una mirada desdeñosa.

—¿Puedes negarte? ¿Te atreves?

La cara de Lin Haocheng se endureció.

Parecía que no podía negarse.

Y definitivamente no se atrevía.

En una voz titubeante, apenas por encima de un susurro, preguntó:

—Hermano Feng, ¿cree que la compañía podría, ya sabe, decir que no a esto? Digo, aceptar este endoso sin ganar ni un centavo es una pérdida.

—Ja —escupió Feng con frialdad—. Adelante y pregúntales tú mismo. Si te apoyan, me tragaré mis palabras y te dejaré hacer lo que quieras.

Lin Haocheng se desinfló por completo.